El almuerzo fue inaguantable, muy duro. Apenas si se podía hacer pasar la comida con ese nudo en la garganta. Apretaban la sorpresa, el dolor y la tristeza de esa noticia de media mañana. Gustavo Adrián Cerati Clark había dejado este mundo, tras cuatro años en coma.

En este instante, horas más tarde, habiendo "digerido" esa realidad, suena la voz de Gus en mis parlantes. "Té para tres", del Unplugged. "No hay nada mejor que casa", asegura él. Hay un alivio. Es por esa especie de dolor compartido entre todos los que amamos a bandas como Soda Stereo. No estoy solo; no lo estamos. Hay lágrimas, también. Las fotos, las palabras de otros músicos, los comentarios en las redes sociales, no hacen otra cosa que manifestar cuán querido era aquel héroe latinoamericano. Hay vacío.

Aún recuerdo mis años en colegio, enamorándome de las canciones de Soda, descubriendo que había alguien que cantaba en mi idioma y que hacía música "bien". "Sobredosis de TV", "Nada personal", "Cuando pase el temblor" y "Juego de Seducción" eran los himnos de aquel entonces. El despertar de la adolescencia, con melodías como esas, pintaba bien.


Soda Stereo fue la puerta a un desconocido mundo en el que luego me encontraría con extraños seres como Charly Garcia, Fito Paez, GIT, Virus, Andrés Calamaro y tantos otros. También me llevó más lejos, a México con Los Caifanes y a Chile con Los Prisioneros. Acostumbrado al rock en inglés, le debo a Cerati esa "iniciación" a la música en español.

La separación de Soda Stereo, allá por 1997, la sufrí como el divorcio de mis padres. La gira retorno, el año 2007, fue como la vuelta con una vieja novia, la de toda la vida, la que cuenta. El show del sábado 20 de octubre, en el mítico River Plate de la capital porteña, es un recuerdo que atesoro y que hoy, cientos de conciertos después, queda como uno de mis favoritos.    

La mañana del 4 de septiembre de 2014, Cerati decidió ser libre, extender sus alas y partir. No hay culpas, no hay resentimientos. Sólo ese gran agujero que comenzó a abrirse el 14 de mayo de 2010, en Caracas.

Por más que creamos estar preparados para la muerte de alguien que queremos y admiramos -más aún luego de aquel accidente cerebrovascular que dejó ausente al músico argentino- la realidad es otra. Cuesta decir adiós. Cuesta despedir a alguien que te acompañó durante 25 años y que en ese tiempo -a través de su música- llegó más cerca de lo que otros, en persona, pudieron llegar.

Se fue Gustavo. Se nos fue joven y abandonó la música en el pico de su carrera. Nos quedamos con la incógnita. Nunca sabremos cuál era su siguiente truco. Hoy, se nos apagó aquella pequeña esperanza que hacía que soñemos con escuchar nuevas canciones suyas y, quién sabe, volver a verlo y tener otro disco con su firma.


Gracias, Cerati. Gracias por venir. Siempre serás el músico más importante del rock en español y te tendremos, eternamente, como el Lennon/McCartney de nuestro idioma.    

Hoy, todos somos ceratianos. Todos cantamos esa frase "decir adiós es crecer". Gracias... totales.

Hasta siempre, genio.

Pato Peters


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